Uno de mis momentos del verano ha sido el descubrimiento de
la cuenta de twitter de un reconocido psicólogo deportivo. Sin caer en la frase
fácil y burda, sus mensajes llenos de sentido común han sido un soplo de aire
fresco a cada día de inmenso calor que hemos sufrido estos últimos meses. Su
facilidad para transmitir y la lucidez de su planteamiento provocaban
diariamente en mí un momento de reflexión reconfortante. Me sentía reconocido
tanto en los aciertos como en los errores continuos que cometemos como líderes
de un grupo humano. Aparte, he tenido la oportunidad de comentarlo con la
psicóloga deportiva con la que he tenido la suerte de trabajar desde siempre,
doctora en psicología, profesora universitaria, buena atleta en activo, persona encantadora, y en la cual
tengo máxima confianza, y ella también estaba encantada y recordaba sus clases
como alumna de este reconocido especialista como una de las mejores
experiencias que había vivido durante sus años de formación.
En contrapartida, estos últimos meses he tenido que torear
con un siniestro personaje (difícil llamarlo de otra manera). Sin llegar a ser especialista, su experiencia
en el campo del deporte le ha llevado a autodenominarse psicóloga deportiva.
Con una imagen exterior inmaculada, llegué a preguntar a diversas fuentes si lo
que me estaba pasando era normal. La
respuesta que encontré me dejó sorprendido, no era el único al cual la
experiencia le era tremendamente negativa. En todos los meses que trabajó con
un deportista entrenado por mí, no tuvo la más mínima inquietud en conocerme,
en trabajar en equipo, en conocer que podía aportar, como siempre me había
ocurrido con otros especialistas. Personalmente, en el terreno de la
psicología, por máximo respeto hacia el paciente/deportista, creo que no debo
ser el elemento del equipo que deba tener la iniciativa para un trabajo en
equipo, sino que creo que debo ceder esa labor al especialista en cuestión.
Aparte, este personaje, trabajaba con el deportista aplicando la llamada “psicología
transpersonal” una burrada emocional que utilizan ciertos psicólogos y cuya
experiencia no recomiendo a nadie. No solo aplicó ese método con el deportista,
sino que influyó decisivamente para que empezase a trabajar con otros
pseudoprofesionales de dudosa formación científica, con la “energía universal”
como medio terapéutico (entiéndase el eufemismo). Rápidamente, aparte, quedó
claro a mis ojos, que todo, más allá de su particular terapia, era una cuestión
monetaria, ya que su método era intercambiar pacientes con aquellos con los que
compartía “negocio”. Sencillamente, este entrenador perdió el control de su
deportista y mi influencia disminuyó de manera clara. Meses más tarde, ese
deportista simplemente estaba hundido deportivamente y la responsabilidad de cada uno en esta
historia era incuestionable.
Ahora todo parece volver
a su sitio natural, el deportista abrió los ojos al entender ciertas
situaciones, y aunque la confianza ha quedado un poco mermada y las heridas aún
no han cicatrizado, se está en camino de
volver a ser lo que fuimos meses atrás, un muy buen equipo.
Este verano, aprovechando el tirón de los JJOO, el
“timeline” de cada uno de estos dos especialistas eran la noche y el día.
Mientras uno llenaba su tiempo de mensajes obvios, positivos, frescos, llenos
de sentido común, y que animaban a motivarse solo con el hecho de leer una
frase corta veraniega, el otro apelaba a la alineación de los astros y a la
energía universal (vuélvase a entender el eufemismo) para transmitir sus
“mensajes motivadores” (si se les puede llamar así habiendo vivido la
manipulación sufrida por mi deportista).
Tenía en mente escribir sobre esta experiencia hace tiempo, pero
las condiciones no eran las mejores, y no ha sido hasta la aparición de este
soplo de aire fresco que ha provocado
que vuelva a creer enormemente en estos profesionales, que he podido ver la
manera de expresar cuanto de clara y cuanto de oscura puede llegar a ser una
profesión como esta.
El prestigio no se gana con imagen, sino con el método.
Algunos realmente son tan nítidos que su transparencia delata la habilidad, el
ingenio y la inmensa capacidad que tienen para su trabajo, otros, simplemente
no hace falta evaluarlos, con vivirlos uno se da cuenta de que son un simple
“bluff”.
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