La cuestión se inicia a final de hace dos temporadas, la
2012-2013, cuando mis atletas me transmiten el cansancio mental que sufren de
la manera de trabajar la velocidad en las últimas temporadas. Está claro que
había que cambiar de estímulo, a pesar de que los resultados trabajando así
eran óptimos.
Así que buscando las opciones que podía tener, sin variar mi
filosofía de cómo habíamos trabajado esa capacidad hasta ese momento, opté por
sacarla de la pista y llevarla a la playa, con una progresión en la línea de
trabajo de tres fases, de un trabajo general a uno cada vez más específico, una
en cada uno de los periodos de entrenamientos afectados por el cambio. A partir
de allí entrábamos en la parte final de la preparación y entrábamos en pista
realizando el trabajo habitual de cada temporada. Junto a este cambio realicé
otro en el mismo sentido, sacando la sesión de la pista para llevarla a la
naturaleza. Desde el primer momento estuvieron encantados con el tema, felicitándome
por la opción escogida, mucho más motivante para ellos que la realizada tantas
temporadas anteriores. Había conseguido mi objetivo, liberarlos de esa carga
mental y además, inyectar una carga de motivación extra. Miel sobre hojuelas!
Desde el primer momento tuve la misma duda, la única duda!
Que pasaría con la reactividad del pie trabajando en la arena y que tipo de “tono”
muscular resultante encontraría al final de este proceso. Les argumenté mis motivos
para hacer de esta manera la velocidad, pero me callé las dudas de manera clara
(si les dije que había riesgo en lo “desconocido” de la opción elegida por mí).
Creo que era honesto por mi parte argumentar las ventajas y advertir de lo
desconocido. Todo fueron parabienes, no había atisbo de dudas por parte de
ninguno de mis atletas. No podíamos empezar a trabajar de esa manera con
inseguridad!
Al cabo de unos meses, la sensación era que todo estaba en
orden, las sesiones salían sin dificultad, los controles en entrenamiento de
sprint corto eran buenos, sin ser los mejores, pero buenos. Sin embargo,
pronto, en abril, descubrí mi “cagada” solamente en la primera competición
realizada sobre 400 metros en liga catalana ya ví que “algo” no estaba en su sitio.
La zancada se presentaba más corta de lo habitual, la reactividad del pie
(maldita reactividad) no era la misma! La altura de la zancada también era
inferior. Y la flexión de la pierna en el momento del paso del cdg por la
vertical se presentaba más hundida.
En ese momento no les dije nada, los entrenamientos salían
igual o mejor que en la mejor forma de siempre, sobre todo por la mejora
aeróbica habida y no era cuestión de crear una incerteza en una momento de la
temporada en la que se encontraban muy motivados y veían salir sus tiempos.
Achaqué a un accidente de un día esa prestación en 400 m.lisos.
Empezó el periodo competitivo y las marcas no acababan de
salir, aunque la motivación era máxima! La razón técnica es que ese conjunto de
cambios en la zancada restaron las prestaciones en la posible mejor marca que podían
realizar en 400 metros, la mejora aeróbica permitía correr rápido la primera
mitad de la prueba, pero demasiado cerca de la máxima capacidad, mucho más de
lo normal. Esa zancada “anormal” se encargaba de hacer el resto en la segunda
vuelta de la prueba. Si mis atletas hubieran tenido una capacidad aeróbica de
un “millero” hubieran corrido muy rápido, pero más rápido aún el milquinientos.
Sin embargo, eran “buenos” aeróbicamente para los 800 metros, pero insuficiente
para compensar esa perdida en la zancada, y lejos de las prestaciones de un
millero de élite.
Esto afectó al rendimiento de tres de mis atletas, ya que otros tres partían
de marcas fáciles de mejorar, como así hicieron. En la noche de vuelta del último
día del campeonato de España absoluto, confesé mi error detectado hacía meses a
mis atletas. Creí que mi deber era ser honesto con ellos, si era el entrenador
quien se había equivocado. Alguno criticó mi honestidad, al igual que la que
he tenido este inicio de temporada, argumentando que diversos sectores
profesionales vinculados a nuestro deporte aducen que ser tan honesto provoca
incerteza. La incerteza la podría haber provocado cuando detecté el problema, y
no lo hice, ya que la única arma de que disponía para compensar mi error, era
la dinámica motivadora del grupo. Los atletas no saben (ni tienen que saberlo)
cuanto callamos los entrenadores a lo largo de la temporada para no crear dudas
e incerteza, pero es bastante más de lo que imaginan. Valoro la honestidad por
encima de las marcas que pueda conseguir cualquier atleta. A mi me gustaría
tener dialogo honesto permanente con mi entorno y eso es lo que intento
transmitir. Evidentemente los errores se pagan, en este caso con confianza, a
pesar de admitirlo, y evidentemente, lo estoy pagando.
3 comentarios
Una pregunta que tengo, si detectaste el error en el primer control. No había forma de corregirlo mediante sesiones de técnica y consciencia del error. Gracias.
Hola anónimo!
El error se detectó en el primer control de 400 pero después de largos meses trabajando así y a punto de volver a la pista a realizar ese tipo de trabajo. Quizá mi falta de preparación técnica no pudo hacer más, no lo sé. Solo sé que cuando detecté ese error ya no pude revertirlo.
Yo creo que de los errores se aprende.
Aprende de este y quizas puedes planificar para que se produzca la mejora sin que se produzca el perjuicio en la tecnica no?
Quizas de este error venga una fortaleza futura
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